La inefable
Isadora Duncan nace en San Francisco, California en 1878, después de una
infancia familiarizada con la música, ya adolescente se inscribe en una escuela
de danza académica.
En 1895
parte con su madre en búsqueda de la fortuna, baila en un restaurante de
chicago y es contratada por el empresario Agustín Daly para bailar en “sueño de
una noche de verano”
En 1898 junto
con su hermano Raymond, se embarca para Londres, y es en Europa donde da vía
libre a su vida aventurera y peregrina de artista rebelde. En su periodo
londinense Isadora frecuenta el National Gallery y el museo Británico,
estudiando con entusiasmo los movimientos reproducidos en sus bajorrelieves y
en los vasos Griegos, apasionándose por la pintura de los italianos.
En 1900 se
traslada a Paris donde conquista la admiración de artistas e intelectuales. Dos
años después hace su primera aparición en público en el teatro Sara Bernadt.
En Paris atrajo
mucho interés su túnica griega, libre de las trabas que sujetaban a la mujer
parisiense de la época; sus pies desnudos y su manera de bailar
improvisadamente sobre músicas clásicas o románticas en una sucesión de
actitudes no construidas de acuerdo con ningún código de la danza académica,
sino dictadas por la impresión momentánea de la artista en una especie de fluir
plástico.
Sin un plan
preconcebido, sin escuela ni método, el arte de la Duncan vivía por su propia
virtud, que era el genio de la artista, pero que era intransferible, aunque
había dentro de él, en líneas generales, la enseñanza que produce el ejemplo de
la libertad.
La danza de
Isadora nace de la música, pero no como una mera visualización del ritmo o de
la melodía, sino como fuente de estímulo esencial, como fundamentalmente
guiada, como un importante instrumento de irradiación de la realidad emocional.
Su cuerpo danzante se deja penetrar por la vibración musical, inspirándose en
la tonalidad e intensidad de cada frase. La relación danza música resulta así
radicalmente transformada respecto de las lecturas coreográficas
convencionales.
Entonces
Isadora redescubre para la danza el patrimonio disperso de los movimientos
“naturales”.
Quizás la
Duncan no aporto estilística ni técnicamente muchos datos nuevos, pero contribuyó
decisivamente a la formación de un nuevo estado de espíritu, sin el cual no
habría podido nacer ni extenderse lo que se entiende hoy por danza moderna.
Desde 1922
hasta 1927 (año de la muerte de Isadora) las aventuras y desventuras de la
gloriosa heroína de la danza libre se suceden
con un sólido ritmo frenético, baila en Bruselas, vuelve a Francia,
parte para Nueva York con su marido, baila en Boston y en Indianápolis, en 1923
regresa a Francia y el siguiente año parte para Moscú con su marido, ese mismo
año en Moscú deciden separarse, ella se va a Berlín y el a Leningrado donde se
suicida. Ella vuelve a parís y ahí es donde se entera de lo sucedido a su ex
marido. De ahí parte para Niza donde se presenta en público por última vez. Dos
meses después en Niza muere estrangulada con su chalina enredada en la rueda
del automóvil donde se encontraba.
Meses antes
de su trágica muerte, Isadora concluyo el manuscrito de sus memorias, publicado
en diciembre de 1927 con el título “Mi vida”. En 1929, Irma, su hija artística, parte para
los estados unidos con su grupo de isadorables (es este el nombre elegido por
la misma Isadora para las predilectas alumnas formadas en su “credo” de la
danza libre) que tienen un gran éxito frente al público americano. Irma se
radica en Nueva York, consagrándose a la enseñanza y publica en 1937, el
volumen “The technique of Isadora Duncan” (La técnica de Isadora Duncan)